Autonomía Emocional
El concepto de autonomía
emocional es amplio e incluye un conjunto de características y elementos
relacionados con la autogestión personal, entre las que se encuentran:
·
autoconocimiento,
o conocimiento de sí mismo; de los propios intereses, capacidades y
competencias.
·
autoconciencia,
que posibilita la toma de conciencia de sí mismo; entre otros aspectos, tomar
conciencia de los puntos fuertes y débiles.
·
autoaceptación,
que permite pasar a tener una imagen positiva de sí mismo; estar satisfecho de
sí mismo; mantener buenas relaciones consigo mismo.
·
autoestima,
·
autoconfianza,
es confiar en los propios recursos.
·
automotivación,
capacidad de automotivarse e implicarse emocionalmente en actividades diversas
de la vida personal, social, profesional, de tiempo libre, etc.
·
autoeficacia,
significa saber lo que siento, darle nombre y saber transformar ciertas
emociones negativas en un comportamiento coherente y adaptativo. La
autoeficacia emocional es el paso de la autonomía a la autorregulación. A un
alto nivel de competencia esto puede implicar llegar a sentir lo que uno quiere
sentir. Es decir, aceptar la propia experiencia emocional y transformarla
progresivamente en positiva, de acuerdo con las creencias sobre lo que
constituye un balance emocional deseable.
·
responsabilidad,
intención de implicarse en comportamientos seguros, saludables y éticos. Asumir
la responsabilidad en la toma de decisiones.
·
actitud
positiva ante la vida, capacidad para tener una actitud positiva ante la vida.
·
análisis
crítico de normas sociales, capacidad para evaluar críticamente los mensajes
sociales, culturales y de los mass media, relativos a normas sociales y
comportamientos personales.
·
capacidad
para buscar ayuda y recursos, capacidad para identificar la necesidad de apoyo
y asistencia y saber acceder a los recursos disponibles apropiados.
La autonomía emocional se presenta de este modo como una
competencia que se puede aplicar en múltiples situaciones de la vida. Por ello
interesa resaltar aquellas que pueden ser particularmente peligrosas, como por
ejemplo la inducción al consumo de drogas, la violencia, el bullying,
vandalismo, etc. En estas situaciones, se puede hacer frente a la presión de
grupo de forma más efectiva desde la autonomía emocional. La autonomía
emocional se sitúa en un punto equidistante entre la desvinculación afectiva y
la dependencia emocional.
Uno de los cambios más importantes que se producen durante la
adolescencia es la progresiva necesidad de autonomía. Los chicos y chicas deben
asumir nuevos roles y hacer frente a nuevas tareas y una de estas tareas tiene
que ver con la adquisición de unos niveles de autonomía cada vez mayores
respecto a sus padres o personas de referencia
Se entiende que el desarrollo de la autonomía requiere la
ruptura de los vínculos primarios junto a la búsqueda de nuevos objetos de
identificación. Es como si el adolescente para llegar a ser autónomo necesitara
empezar de nuevo, rompiendo con todos los lazos afectivos parentales. Esa
situación de vacío es la que le permitiría emprender relaciones verdaderamente
propias y personales con el mundo externo que irá interiorizando
progresivamente. . Pero cada vez más se considera que la autonomía de los
adolescentes no tiene por qué suponer una ruptura con los lazos afectivos hacia
los padres, sino que se puede dar esta autonomía con unas buenas relaciones
parentales, para lo que es imprescindible llevar una educación basada en la
comunicación, el diálogo y la negociación con nuestros hijos.
Hay autores que
distinguen entre:
·
autonomía cognitiva o actitudinal, referida a la concepción del propio
yo como algo único y diferenciado;
·
autonomía emocional referida a la desvinculación y
liberación de la necesidad del apoyo parental y
·
autonomía conductual o funcional referida a la capacidad para tomar
decisiones y manejar asuntos propios sin ayuda de los padres.
Como se puede ver, los ámbitos de la
autonomía hacen referencia a los tres componentes de la personalidad, el
ejecutorio, el afectivo y el cognitivo.
Autonomía cognitiva
La autonomía cognitiva es el grado en
que la persona es capaz de regirse por criterios propios. Requiere el ejercicio
de las operaciones formales que capacitan al adolescente para pasar de la moral
heterónoma a la autónoma. Así, el adolescente utiliza el propio razonamiento
para resolver problemas morales, políticos o sociales. El aspecto cognitivo
integra una postura individual que resiste la presión ejercida por las
opiniones de los padres y el grupo de amigos, llevando al adolescente a
apoyarse en su criterio personal. Se supone que, durante la adolescencia, la persona debe
adquirir una conciencia cada vez más clara y realista de quién es, qué quiere
realizar con su vida, cuáles son sus capacidades y recursos personales, etc.
Para llevar a cabo este proceso el adolescente necesita un mínimo sentido de
autocrítica y la adquisición de un orden de valores que le apoyen en su
coherencia intrínseca (no en la fidelidad a padres o adultos, como sucede en
los años de infancia).
Autonomía emocional
La autonomía emocional se refiere a
los aspectos de la independencia que están relacionados a cambios en las
relaciones estrechas del individuo respecto a sus padres. Se puede entender
como el grado en que el adolescente ha logrado deshacerse de los vínculos
infantiles que le anclaban a la infancia. Supone una redefinición de los
vínculos afectivos parentales y, una desidealización de los padres. Los
adolescentes emocionalmente autónomos pasan a ser más autoconfiados y menos
dependientes de sus padres, sienten que hay cosas que sus padres no saben sobre
ellos. La autonomía emocional contribuye a la valoración personal de los
acontecimientos, ya que la afectividad abarca la totalidad del ser personal.
Por tanto, es uno de los recursos más poderosos del desarrollo socio-personal y
requiere el ejercicio de las operaciones formales que implica la habilidad de
manejar los sentimientos y emociones propios y de otros, de discriminar entre
ellos y de utilizar esta información para guiar los pensamientos y las acciones
personales.
Actualmente se la reconoce como
inteligencia emocional y forma parte de la habilidad que permite participar en
una situación mediante su comprensión afectiva; es una especie de motivación
intrínseca que permite un mejor conocimiento propio y una conexión con los
demás.
Hay autores (Ryan y Linch, 1989) que cuestionan claramente la consideración de
que la desvinculación afectiva represente un paso necesario en el proceso de
individuación del adolescente. Argumentan, en la línea de la teoría del apego,
que una alta autonomía emocional con respecto a los padres puede estar
indicando una experiencia previa en el contexto familiar de falta de apoyo y
afecto (relación de apego inadecuada). En sus resultados los adolescentes que puntuaban
alto en desvinculación paterna a edades muy tempranas mostraban conductas
desviadas y baja autoestima. Se trataría, por lo tanto, de una desventaja que
podría llegar a suponer un obstáculo para el logro de la identidad y la
formación de un autoconcepto positivo. En investigaciones españolas (Oliva,
2001) también se asocia una alta autonomía emocional a problemas de conducta y
ajuste psicológico deficiente.
En la actualidad, el debate acerca
del valor adaptativo de la autonomía emocional durante la adolescencia se
encuentra en una segunda fase, en la que se considera que este valor va a tener un significado distinto según la calidad de las
relaciones familiares y el nivel de estrés que impere en el contexto familiar
(perspectiva contextual).
De este modo, la mejor situación para el desarrollo del adolescente sería la que
produce un equilibrio entre la autonomía o individuación con respecto a los
padres y el mantenimiento de una buena relación con ellos.
Si el contexto familiar es un importante mediador en la relación entre la
autonomía emocional y el nivel de desarrollo adolescente, no se puede
despreciar la importancia que puede tener el contexto cultural. Cabe esperar que estas relaciones
sean diferentes en distintos países y en distintas culturas.
Autonomía conductual
La autonomía conductual, en contraste
con la autonomía emocional, se refiere a la capacidad para tomar decisiones
independientes y hacerse cargo de ellas. Es la capacidad de autogobierno, el
grado en que una persona suele decidir y actuar por ella misma. Implica un proceso de toma de decisiones
durante el cual el adolescente aprende y empieza a definirse personalmente en
diversos ámbitos significativos y a aceptar paulatinamente la responsabilidad
sobre sus actuaciones. Requiere una adaptación y el aprendizaje de nuevos
roles familiares en el escenario doméstico. Los intentos para establecer la
autonomía conductual dentro de la familia suelen ser a menudo una fuente de
conflictos entre padres y adolescentes, en este proceso ambos deben ceder y
negociar, de manera que la decisión adolescente se ejercite en ámbitos cada vez
más amplios. Progresar hacia la autonomía y mantener una relación
interdependiente con los padres son dos procesos complementarios del crecimiento
durante la adolescencia.
Al contrario de lo que sucede con la
autonomía emocional, esta faceta de la autonomía es fácilmente evaluable a
través de las distintos ámbitos o momentos decisorios; sus logros son
directamente observables en la vida cotidiana: organización del tiempo libre,
de documentos, interés por autoafirmarse, etc. Casi siempre se trata de
conductas fácilmente definibles y cuantificables.
La dimensión conductual como aspecto
observable del proceso de autonomía se manifiesta en un sentimiento subjetivo
de confianza en uno mismo que impulsa a tomar decisiones autónomas. Realizando
una síntesis de lo hasta aquí expuesto, se
puede entender la autonomía adolescente como un aspecto de la madurez
psicológica que lleva a decidir personalmente sobre cómo pensar, sentir y
actuar, siendo el agente de su propia realización.
El resultado evolutivo del proceso de
autonomía queda supeditado a diversos factores. Las consecuencias de su
desarrollo son la seguridad interna (afectiva-cognitiva) y la autorregulación
(conductual). La competencia o madurez
psicológica que el adolescente adquiere se manifiesta externamente en la
habilidad de control de la propia conducta de modo que sea adecuada a la
situación contextual.
Según las aportaciones de diversos
autores se puede entender que son tres los indicadores de la autonomía en la
adolescencia que manifiestan su adquisición y que reflejan nuevamente las
facetas que la integran:
■ Resistencia
a las presiones y disminución de la susceptibilidad a la influencia de las
personas significativas. El aspecto cognitivo integra una postura
individual que resiste la presión ejercida por las opiniones de los padres o
adultos influyentes y el grupo de iguales, llevando al adolescente a apoyarse
en su criterio personal. Así, utiliza el propio razonamiento para resolver
problemas morales, políticos o sociales.
■ Redefinición de los vínculos paternos. Se trata del carácter afectivo del proceso de autonomía que se manifiesta en un creciente
sentido de separación de los padres y que lleva al abandono de los vínculos
infantiles y la reestructuración de las vinculaciones parentales. Aspecto de la
madurez psicológica que lleva a decidir personalmente sobre cómo pensar, sentir
y actuar, decidir por sí mismo la forma de realizarse como tal, siendo el
agente de su propia realización personal
■ Toma
de decisiones. Sentimiento subjetivo de confianza en uno mismo que le
impulsa a tomar decisiones autónomas. Éste es el aspecto observable del proceso
de autonomía, la dimensión conductual.
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