martes, 23 de febrero de 2016

Para Pensar febrero: Autonomía Emocional

Autonomía Emocional

El concepto de autonomía emocional es amplio e incluye un conjunto de características y elementos relacionados con la autogestión personal, entre las que se encuentran:
·         autoconocimiento, o conocimiento de sí mismo; de los propios intereses, capacidades y competencias.
·         autoconciencia, que posibilita la toma de conciencia de sí mismo; entre otros aspectos, tomar conciencia de los puntos fuertes y débiles.
·         autoaceptación, que permite pasar a tener una imagen positiva de sí mismo; estar satisfecho de sí mismo; mantener buenas relaciones consigo mismo.
·         autoestima,
·         autoconfianza, es confiar en los propios recursos.
·         automotivación, capacidad de automotivarse e implicarse emocionalmente en actividades diversas de la vida personal, social, profesional, de tiempo libre, etc.
·         autoeficacia, significa saber lo que siento, darle nombre y saber transformar ciertas emociones negativas en un comportamiento coherente y adaptativo. La autoeficacia emocional es el paso de la autonomía a la autorregulación. A un alto nivel de competencia esto puede implicar llegar a sentir lo que uno quiere sentir. Es decir, aceptar la propia experiencia emocional y transformarla progresivamente en positiva, de acuerdo con las creencias sobre lo que constituye un balance emocional deseable.
·         responsabilidad, intención de implicarse en comportamientos seguros, saludables y éticos. Asumir la responsabilidad en la toma de decisiones.
·         actitud positiva ante la vida, capacidad para tener una actitud positiva ante la vida.
·         análisis crítico de normas sociales, capacidad para evaluar críticamente los mensajes sociales, culturales y de los mass media, relativos a normas sociales y comportamientos personales.
·         capacidad para buscar ayuda y recursos, capacidad para identificar la necesidad de apoyo y asistencia y saber acceder a los recursos disponibles apropiados.
La autonomía emocional se presenta de este modo como una competencia que se puede aplicar en múltiples situaciones de la vida. Por ello interesa resaltar aquellas que pueden ser particularmente peligrosas, como por ejemplo la inducción al consumo de drogas, la violencia, el bullying, vandalismo, etc. En estas situaciones, se puede hacer frente a la presión de grupo de forma más efectiva desde la autonomía emocional. La autonomía emocional se sitúa en un punto equidistante entre la desvinculación afectiva y la dependencia emocional.
Uno de los cambios más importantes que se producen durante la adolescencia es la progresiva necesidad de autonomía. Los chicos y chicas deben asumir nuevos roles y hacer frente a nuevas tareas y una de estas tareas tiene que ver con la adquisición de unos niveles de autonomía cada vez mayores respecto a sus padres o personas de referencia
Se entiende que el desarrollo de la autonomía requiere la ruptura de los vínculos primarios junto a la búsqueda de nuevos objetos de identificación. Es como si el adolescente para llegar a ser autónomo necesitara empezar de nuevo, rompiendo con todos los lazos afectivos parentales. Esa situación de vacío es la que le permitiría emprender relaciones verdaderamente propias y personales con el mundo externo que irá interiorizando progresivamente. . Pero cada vez más se considera que la autonomía de los adolescentes no tiene por qué suponer una ruptura con los lazos afectivos hacia los padres, sino que se puede dar esta autonomía con unas buenas relaciones parentales, para lo que es imprescindible llevar una educación basada en la comunicación, el diálogo y la negociación con nuestros hijos.
Hay autores  que distinguen entre:
·         autonomía cognitiva o actitudinal, referida a la concepción del propio yo como algo único y diferenciado;
·         autonomía emocional referida a la desvinculación y liberación de la necesidad del apoyo parental y
·         autonomía conductual o funcional referida a la capacidad para tomar decisiones y manejar asuntos propios sin ayuda de los padres.
Como se puede ver, los ámbitos de la autonomía hacen referencia a los tres componentes de la personalidad, el ejecutorio, el afectivo y el cognitivo.

Autonomía cognitiva

La autonomía cognitiva es el grado en que la persona es capaz de regirse por criterios propios. Requiere el ejercicio de las operaciones formales que capacitan al adolescente para pasar de la moral heterónoma a la autónoma. Así, el adolescente utiliza el propio razonamiento para resolver problemas morales, políticos o sociales. El aspecto cognitivo integra una postura individual que resiste la presión ejercida por las opiniones de los padres y el grupo de amigos, llevando al adolescente a apoyarse en su criterio personal. Se supone que,  durante la adolescencia, la persona debe adquirir una conciencia cada vez más clara y realista de quién es, qué quiere realizar con su vida, cuáles son sus capacidades y recursos personales, etc. Para llevar a cabo este proceso el adolescente necesita un mínimo sentido de autocrítica y la adquisición de un orden de valores que le apoyen en su coherencia intrínseca (no en la fidelidad a padres o adultos, como sucede en los años de infancia).

Autonomía emocional

La autonomía emocional se refiere a los aspectos de la independencia que están relacionados a cambios en las relaciones estrechas del individuo respecto a sus padres. Se puede entender como el grado en que el adolescente ha logrado deshacerse de los vínculos infantiles que le anclaban a la infancia. Supone una redefinición de los vínculos afectivos parentales y, una desidealización de los padres. Los adolescentes emocionalmente autónomos pasan a ser más autoconfiados y menos dependientes de sus padres, sienten que hay cosas que sus padres no saben sobre ellos. La autonomía emocional contribuye a la valoración personal de los acontecimientos, ya que la afectividad abarca la totalidad del ser personal. Por tanto, es uno de los recursos más poderosos del desarrollo socio-personal y requiere el ejercicio de las operaciones formales que implica la habilidad de manejar los sentimientos y emociones propios y de otros, de discriminar entre ellos y de utilizar esta información para guiar los pensamientos y las acciones personales.
Actualmente se la reconoce como inteligencia emocional y forma parte de la habilidad que permite participar en una situación mediante su comprensión afectiva; es una especie de motivación intrínseca que permite un mejor conocimiento propio y una conexión con los demás.
Hay  autores (Ryan y Linch, 1989)  que cuestionan claramente la consideración de que la desvinculación afectiva represente un paso necesario en el proceso de individuación del adolescente. Argumentan, en la línea de la teoría del apego, que una alta autonomía emocional con respecto a los padres puede estar indicando una experiencia previa en el contexto familiar de falta de apoyo y afecto (relación de apego inadecuada). En sus resultados los adolescentes que puntuaban alto en desvinculación paterna a edades muy tempranas mostraban conductas desviadas y baja autoestima. Se trataría, por lo tanto, de una desventaja que podría llegar a suponer un obstáculo para el logro de la identidad y la formación de un autoconcepto positivo. En investigaciones españolas (Oliva, 2001) también se asocia una alta autonomía emocional a problemas de conducta y ajuste psicológico deficiente.
En la actualidad, el debate acerca del valor adaptativo de la autonomía emocional durante la adolescencia se encuentra en una segunda fase, en la que se considera que este valor va a tener un significado distinto según la calidad de las relaciones familiares y el nivel de estrés que impere en el contexto familiar (perspectiva contextual).
De este modo, la mejor situación para el desarrollo del adolescente sería la que produce un equilibrio entre la autonomía o individuación con respecto a los padres y el mantenimiento de una buena relación con ellos.
Si el contexto familiar es un importante mediador en la relación entre la autonomía emocional y el nivel de desarrollo adolescente, no se puede despreciar la importancia que puede tener el contexto cultural. Cabe esperar que estas relaciones sean diferentes en distintos países y en distintas culturas.

Autonomía conductual

La autonomía conductual, en contraste con la autonomía emocional, se refiere a la capacidad para tomar decisiones independientes y hacerse cargo de ellas. Es la capacidad de autogobierno, el grado en que una persona suele decidir y actuar por ella misma. Implica un proceso de toma de decisiones durante el cual el adolescente aprende y empieza a definirse personalmente en diversos ámbitos significativos y a aceptar paulatinamente la responsabilidad sobre sus actuaciones. Requiere una adaptación y el aprendizaje de nuevos roles familiares en el escenario doméstico. Los intentos para establecer la autonomía conductual dentro de la familia suelen ser a menudo una fuente de conflictos entre padres y adolescentes, en este proceso ambos deben ceder y negociar, de manera que la decisión adolescente se ejercite en ámbitos cada vez más amplios. Progresar hacia la autonomía y mantener una relación interdependiente con los padres son dos procesos complementarios del crecimiento durante la adolescencia.
Al contrario de lo que sucede con la autonomía emocional, esta faceta de la autonomía es fácilmente evaluable a través de las distintos ámbitos o momentos decisorios; sus logros son directamente observables en la vida cotidiana: organización del tiempo libre, de documentos, interés por autoafirmarse, etc. Casi siempre se trata de conductas fácilmente definibles y cuantificables.
La dimensión conductual como aspecto observable del proceso de autonomía se manifiesta en un sentimiento subjetivo de confianza en uno mismo que impulsa a tomar decisiones autónomas. Realizando una síntesis de lo hasta aquí expuesto, se puede entender la autonomía adolescente como un aspecto de la madurez psicológica que lleva a decidir personalmente sobre cómo pensar, sentir y actuar, siendo el agente de su propia realización.
El resultado evolutivo del proceso de autonomía queda supeditado a diversos factores. Las consecuencias de su desarrollo son la seguridad interna (afectiva-cognitiva) y la autorregulación (conductual). La competencia o madurez psicológica que el adolescente adquiere se manifiesta externamente en la habilidad de control de la propia conducta de modo que sea adecuada a la situación contextual.
Según las aportaciones de diversos autores se puede entender que son tres los indicadores de la autonomía en la adolescencia que manifiestan su adquisición y que reflejan nuevamente las facetas que la integran:
Resistencia a las presiones y disminución de la susceptibilidad a la influencia de las personas significativas. El aspecto cognitivo integra una postura individual que resiste la presión ejercida por las opiniones de los padres o adultos influyentes y el grupo de iguales, llevando al adolescente a apoyarse en su criterio personal. Así, utiliza el propio razonamiento para resolver problemas morales, políticos o sociales.
Redefinición de los vínculos paternos. Se trata del carácter afectivo del proceso de autonomía que se manifiesta en un creciente sentido de separación de los padres y que lleva al abandono de los vínculos infantiles y la reestructuración de las vinculaciones parentales. Aspecto de la madurez psicológica que lleva a decidir personalmente sobre cómo pensar, sentir y actuar, decidir por sí mismo la forma de realizarse como tal, siendo el agente de su propia realización personal

Toma de decisiones. Sentimiento subjetivo de confianza en uno mismo que le impulsa a tomar decisiones autónomas. Éste es el aspecto observable del proceso de autonomía, la dimensión conductual. 

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