El camino hacia la autonomía
La libertad o capacidad de decisión que implica la autonomía
no es sólo ausencia de coacción, sino que supone la posibilidad de elección y
la de adhesión o compromiso en un determinando sentido o dirección.
No se trata de ejercer la libertad con la indiferencia o
ausencia de compromisos, ni tampoco de un hacer arbitrario, que no esté
sometido a normas y leyes.
El carácter del acto autónomo, libre, lleva implícito, junto
a la capacidad de elegir, aceptar o decidir ante una situación, la adhesión o
compromiso ante ella.
Obviamente, este
responsabilizarse ante la vida propia es una adquisición paulatina, nunca
alcanzada plenamente, y en la que la persona debe hacerse cargo progresivamente
de su propia existencia, mediante el ejercicio de la iniciativa personal, la
elección, la decisión y la responsabilidad.
Una conquista gradual de la autonomía personal que supone:
■ Capacidad
de reflexión o de toma de conciencia de sí mismo. Actuar
desde sí mismo y siendo consciente de sí mismo, lo que es garantía de
objetividad en la percepción de situaciones y en la adquisición de compromisos
y responsabilidades.
■ Capacidad
de autodeterminación o de adopción de decisiones en libertad, con plenitud de conciencia, desde el conocimiento
y control de sí mismo como fundamento del compromiso y de la
autorresponsabilidad.
Introducir y mantener un modelo de intervención basado en la
autonomía y la responsabilidad supone reconocer como uno de los elementos
básicos de crecimiento personal la pertenencia y la responsabilidad sobre las
propias acciones y las consecuencias que de ellas se derivan. Si se pretende
que los adolescentes alcancen al máximo su autonomía y responsabilidad en el
proceso de planificación y de proyección de la realidad, que sepan tomar
decisiones para resolver situaciones y satisfacer las propias necesidades, se
habría de plantear, como hitos del quehacer educativo, algunos aspectos
importantes que surgen de las consideraciones anteriores:
■ Un trabajo personal, educativo, que
ayude al joven para que se decida a ser él mismo, superando el riesgo de caer en la indiferencia o la angustia.
■ A través de una intervención educativa integral se ha de fomentar la capacidad de análisis y ponderación de las diversas circunstancias que
a cada uno le son propias. Hay que ayudar a conseguir la posibilidad de
concretar la valoración tanto de las dificultades como de las propias fuerzas.
Una concreción que no califique cómodamente de imposible aquello que no es tal,
que no cuente sólo con las propias fuerzas, sino que permita al joven pensar
también en las fuerzas de quienes están dispuestos a ayudar, sabiendo solicitar
y agradecer la ayuda recibida.
■ Pero es necesario pasar del análisis a la acción. Los adolescentes tienen que
aprender a luchar por superar las dificultades previstas e imprevistas con las
que sucesivamente han de encontrarse. Anticiparse, programar, actuar,
equivocarse y acertar, evaluar, etc., (primero desde acciones
heterodeterminadas y, progresivamente, desde su propia iniciativa) son aspectos
fundamentales para el ejercicio de la autodeterminación; cuestiones estas que
deben ser consciente y firmemente apoyadas desde el proyecto educativo.
■ Por último, se presenta un reto educativo, la necesidad de
construirse el ideal de lo que quiere o querría ser y en cuya consecución o
realización la propia persona se encuentra a sí misma o alcanza su identidad.
■ Es preciso ayudar al joven a
descubrir la importancia de comprometer su propia existencia en un proyecto
personal de vida, que asuma las exigencias fundamentales de la naturaleza
humana, haciéndole ver los diversos ámbitos que ha de cubrir al pensar en un
programa personal: constituir una familia, desarrollar un trabajo como ideales
que implican la autorrealización, asumir unos principios morales que determinen
el marco dentro del cual puede aceptarse a sí mismo, etc.
Esta ayuda es especialmente importante en nuestros días,
donde la fuerza de los distintos medios de comunicación de masas y de una
subcultura juvenil promocionada por intereses económicos promueven un rígido
conformismo a ciertas pautas de comportamiento, y precisamente con el slogan de
fomentar la espontaneidad e independencia de cada uno.
En definitiva, son
numerosas las actitudes, habilidades y destrezas que deben procurarse a la
persona para asumir la capacidad de dirigirse a sí misma. Hay que cultivar
la fuerza de voluntad, la conciencia de un yo que se despliega en el tiempo
permaneciendo en su identidad, la necesidad de la coherencia, el desarrollo de
la acción independiente, el sentido de la responsabilidad, la firmeza en las
convicciones, el coraje moral ante los obstáculos, el descubrimiento del valor
humanizador de la acción por encima de la simple racionalidad técnica.
Desde una concepción de la persona como una realidad integral
unitaria emergen unas acciones educativas también unitarias, comprensivas del
joven como totalidad en todas sus dimensiones esenciales (individual, social,
temporal y trascendental). Pero sin olvidar que siempre está inmerso en una
situación social concreta, en un momento histórico dado, que no le determina,
pero sí le condiciona en el ejercicio de su libertad y en la realización de su
proyecto personal de vida.
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