jueves, 31 de diciembre de 2015

Para Pensar. Enero 2016

Ayudar a nuestros hijos a gestionar sus emociones
Trabajando sobre los sentimientos Hasta ahora hemos señalado la importancia de tomar conciencia y nombrar los sentimientos, como mecanismo para hacernos más dueños, más responsables del mundo de nuestras emociones. Si bien es cierto que este constituye un paso clave, igualmente importante es, una vez identificado el sentimiento, lograr manejarlo de tal manera que nos lleve a obrar como verdaderamente deseamos. Las emociones contienen una gran energía que a veces puede desembocar en conductas no deseadas.
La clave de la inteligencia emocional no es la de conducir los sentimientos hacia la represión o disminución de su poder motivador. La clave está en lograr colocar la fuerza de los sentimientos en la misma línea de los valores, de nuestros deseos y finalidades personales, especialmente cuando nos encontramos en situación de tener que tomar decisiones significativas, decisiones que afectan a otras personas importantes de nuestro entorno, como puede ser nuestra familia, nuestros hijos.
Por ello tan  importante es lograr nombrar e identificar  los sentimientos como también los pensamientos que subyacen a la experiencia emocional.
Vamos a partir de una premisa clave: los sentimientos, especialmente aquellos más complejos y que más nos afectan repetidamente, no aparecen automáticamente como reacción a una determinada situación, pese a que pensemos con frecuencia que es así. Por ejemplo, imaginemos esta situación: Mi hijo llega tarde a casa y, al preguntarle por los motivos del retraso, enseguida me lleno de ansiedad y enfado y termino, fruto de esa emoción intensa, echando una reprimenda o imponiendo un castigo. Esta reacción casi inmediata a la situación presentada, no puede entenderse como un automatismo. Algo pasa por nuestra cabeza que nos hace sentir de una determinada manera. Quizá el presentimiento de que me están engañando o la interpretación de esa conducta como una falta de responsabilidad por parte de mi hijo, etc. Es esa interpretación la que genera el sentimiento de ansiedad y enfado y no la situación por sí sola. Los sentimientos no obran en realidad de manera ajena a nuestra voluntad. Es importante subrayar cómo influye sobre ellos la interpretación que hacemos de los sucesos que nos ocurren, el significado que atribuimos a los acontecimientos y la elaboración cognitiva que hacemos de cada suceso de nuestra vida.
Este es el motivo por el que, ante hechos similares o casi idénticos, reaccionamos de maneras tan diversas. ¿De qué depende entonces que sintamos una cosa u otra? El modo en que elaboramos por ejemplo, un suspenso en las notas o un aviso por mala conducta en el colegio de nuestro hijo, hace diferente la emoción que más tarde (aunque casi al instante, y por eso pensamos que ocurre de manera automática) manifestaremos, cambiándola, suavizándola o haciéndola más proporcionada a la intensidad en sí de la situación.
Podemos esquematizar esto en un gráfico muy sencillo, seguido de un ejemplo:
1.      Imaginemos una situación concreta: me entero de que mi hijo me ha engañado diciéndome que estudiaría con un amigo mientras que en verdad ha acudido a una fiesta.
2.      Me siento: enfadado, engañado, rabioso, decepcionado…
3.      Mi conducta, promovida por estas emociones se concreta en castigarle sin salir de casa los días de diario, teniendo que estudiar en la habitación, además de quedarse ese fin de semana sin salir con los amigos. Por otra parte, me mani- fiesto molesto y enojado cada vez que estoy con mi hijo, mostrándole mi disgusto por lo ocurrido.

Esta situación quedaría así si no la trabajamos de otra manera, muchas veces bajo la excusa de convencernos que estamos haciendo “lo que podemos”. Sin embargo, esto no es completamente cierto. Vamos a ver lo que podría ocurrir en la misma situación si, a diferencia del caso anterior, incorporamos el elemento cognitivo, el pensamiento, la interpretación que hacemos del suceso, así:

1 Imaginemos la misma situación: me entero de que mi hijo me ha engañado diciéndome que estudiaría con un amigo mientras que en verdad ha acudido a una fiesta.

2 Me siento: enfadado, engañado, rabioso, decepcionado…

* Reflexionamos ahora… ¿Qué elaboración hago de lo que ha ocurrido? ¿Soy objetivo/justo en esta interpretación? ¿Mi sentimiento es fruto de la situación actual o de otras situaciones que no tienen que ver con esta ni con mi hijo?
¿He escuchado sus razones o me ha invadido el prejuicio o el convencimiento de tener la razón? ¿Qué nivel de gravedad tiene este suceso concreto? ¿Qué pienso? No entiendo por qué mi hijo me miente o me gustaría que tuviera confianza suficiente como para no engañarme…

3 Mi conducta, a la luz de estas reflexiones, se vuelve más afín a mis valores relacionados con la educación de mi hijo, pues me ayuda a frenar la emoción instantánea de enfadarme y comenzar a discutir por esta y otras situaciones, drenar mi preocupación por estar siendo un buen padre a través de una discusión que no mejoraría nuestra relación ni tampoco el cumplimiento de las normas por parte de mi hijo.

Trabajar sobre el pensamiento, identificándolo y reflexionando sobre él, no significa que estemos libres de sentimientos que nos resultan molestos o dolorosos, ni tampoco que nuestra conducta se convierta en un estilo pasivo, libre, en el que todo vale pues todo parece ser relativizado. El resultado es más bien que tanto el sentimiento como la conducta se ajustan al signo e intensidad de una determinada situación, haciéndonos más eficaces en el manejo de las emociones y en general de la comunicación en el contexto de la familia.

Ejercicio: Pensar bien, sentir mejor. Proponemos el trabajo sobre los pensamientos a través de un ejercicio que nos invita a gestionar las emociones haciendo una parada (stop) en el pensamiento, y tratando de modificar éste por otro que resulte más racional, más ajustado a la situación y por tanto acorde con el sentimiento y la posterior conducta, atendiendo al gráfico presentado más arriba. La clave de este ejercicio consiste en reconocer que los sentimientos serán tanto más controlables cuanto más afinemos en la descripción del pensamiento o interpretación que hacemos de las cosas que nos ocurren. Una vez identificado el pensamiento, trabajaremos las posibilidades de “pensar mejor” con el propósito de provocar una emoción más efectiva en cada situación así como ajustar ésta al grado de intensidad que cada momento precisa. Vayamos paso a paso, pudiendo ayudarnos de la tabla que se adjunta a continuación. Puede resultar de utilidad realizar este ejercicio tomando alguna situación concreta que esté generando especial dificultad en la convivencia familiar así como en otras situaciones de menor intensidad pero que se caracterizan por ser muy frecuentes, y por tanto, también importantes.
Pasos a seguir:
1. Identificar y redactar la situación objetiva que genera malestar (evitando realizar valoraciones en este momento). P.e: Le pido a mi hija por tercera vez que recoja la habitación y me contesta con tono airado que “le deje en paz, que todo el día estoy quejándome por algo”
2. Señalar el pensamiento que subyace a esta situación, la interpretación que se hace de manera inmediata al acontecer de los hechos. P.e: “esta niña siempre hace lo que le da la gana, estoy harta de tener que estar diciéndole lo que tiene que hacer, a su edad yo no necesitaba que me dijeran algo así”
3. Nombrar el sentimiento que se experimenta ante esta sucesión de pensamientos. P.e: rabia, enfado, decepción, impotencia
4. Volver a pensar: en este momento se plantea retomar el pensamiento antes señalado de tal manera que podamos modificarlo hacia uno más ajustado a la realidad, al momento concreto. No olvidemos que el ejercicio no será eficaz si volcamos sobre esta situación otras, no relacionadas con lo ocurrido, perdiéndonos en la generalización y la discusión acerca de diversas situaciones al mismo tiempo. Identificando cada uno de los pensamientos, reflexionemos en torno a estas cuestiones:
• ¿Es cierto?, ¿completamente cierto?
• ¿Puedo asegurar que es algo que ocurre siempre…. o nunca….?
• ¿Es proporcionado a los hechos que han tenido lugar?
• ¿Puede haber algo que desconozco y que sea importante tener en cuenta?
• Esta interpretación de los hechos ¿ayuda a una mejor comprensión de la otra persona?, ¿ayuda a la consecución de una conducta más saludable por parte de ambos?, ¿responde todo esto a los valores que deseo transmitir a mis hijos a través de la educación?
Finalmente, tras esta reflexión, tratamos de modificar el pensamiento por otro más ajustado a la adecuada interpretación de la situación concreta. Quizá en algunos casos, no cambie el pensamiento pero sí puede estar más modulado, matizado, evitando categorizaciones del tipo todo, nada, siempre, nunca… P.e: es cierto que con frecuencia tengo que repetir mis peticiones varias veces hasta que me hace caso, pero no siempre es así. Quizá ahora está ocupada con otra cosa y más tarde ordena la habitación.
5. Volver a sentir: el trabajo realizado sobre el pensamiento proporciona casi de manera automática un mejor ajuste de las emociones.
No quiere decirse que se elimine el lógico sentimiento de enfado o rabia que son razonables en algunas situaciones, pero sí que ese sentimiento está más en sintonía con la situación concreta y nuestros valores en el marco de la educación de los hijos. De esta manera la emoción se vuelve más controlable, más aprovechable de cara al modo en que reaccionamos ante situaciones como la citada en el ejemplo en la que muchas veces podemos caer en la desproporción de un castigo, una discusión fuerte, etc.

Como conclusión de este ejercicio, no podemos perder de vista que el modo en que manejamos nuestras emociones es un ejemplo clave para nuestros hijos y el manejo que ellos mismos harán de sus sentimientos en sus relaciones dentro y fuera de casa. Por otra parte, la desproporción de nuestras reacciones ante los sucesos cotidianos que se dan en el hogar puede llevar con facilidad a perder capacidad de influencia, cuando se quiere incidir sobre asuntos de verdadera importancia para el futuro de los hijos. De este modo puede decirse que también a largo plazo merece la pena trabajar por un mejor manejo de la espontaneidad de nuestra conducta ante los momentos difíciles de la familia.


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